
Mujeres de la historia consideradas como «Descuidadas»: Juana de Arco

Juana de Arco, conocida como «La Doncella de Orleans», es una figura icónica de la historia francesa. Nació en 1412 en el pequeño pueblo de Domrémy, en la región de Lorena, en una familia campesina humilde y profundamente religiosa. Desde una edad temprana, Juana afirmó escuchar voces divinas que, según ella, provenían de Santa Catalina, Santa Margarita y el Arcángel San Miguel. Estas voces la instaron a liderar a Francia en su lucha contra la ocupación inglesa durante la Guerra de los Cien Años, algo extraordinario para una joven de su contexto y época.

Juana creció en un entorno rural y llevó una vida sencilla hasta que las «voces» la impulsaron a actuar. Con solo 16 años, viajó para presentarse ante el Delfín Carlos (futuro Carlos VII) y convencerlo de que era enviada por Dios para liberar a Francia. A pesar de las dudas iniciales, la determinación y convicción de Juana lograron persuadirlo, y se le permitió liderar tropas en la liberación de Orleans en 1429. Esta victoria consolidó su papel como una figura clave en la resistencia francesa y permitió que Carlos VII fuera coronado en la catedral de Reims, un objetivo estratégico y simbólico crucial.
Sin embargo, Juana no encajaba en las expectativas de género y comportamiento de su tiempo. Se percibió como una mujer «descuidada» principalmente por tres razones: su apariencia física, su estilo de vida austero y su indiferencia hacia las normas sociales de la época.
En cuanto a su apariencia física, Juana vestía exclusivamente ropa masculina, incluso cuando no estaba en el campo de batalla. Esto no solo era práctico para protegerse durante la guerra, sino también una forma de defensa personal frente a posibles agresiones en un entorno predominantemente masculino. Sin embargo, esta decisión provocó duras críticas y desconfianza entre los contemporáneos, quienes consideraban que vestirse de hombre era una violación de las normas religiosas y sociales. Además, su armadura y su constante actividad militar hacían que descuidara su cabello y otros aspectos que tradicionalmente se consideraban importantes para la feminidad. La imagen que proyectaba era la de una mujer desaliñada, lejos de los estándares de belleza y pulcritud que la sociedad esperaba de las mujeres.
Juana también era conocida por su estilo de vida austero. No se preocupaba por el lujo ni por las comodidades personales. Vivía con un enfoque absoluto en su misión divina, lo que la llevaba a descuidar aspectos básicos como la alimentación adecuada, el descanso o cualquier tipo de cuidado personal. En el campo de batalla, compartía las penurias de los soldados y no hacía excepciones para sí misma. Este compromiso radical con su causa reforzó su imagen de una mujer fuera de lo común, incluso entre quienes la admiraban.
Finalmente, su indiferencia hacia las normas sociales y los roles tradicionales fue otro factor que contribuyó a su percepción como una mujer «descuidada». Juana no mostraba interés en casarse ni en cumplir con las expectativas de ser esposa y madre, algo que se consideraba esencial para una mujer de su época. Esta actitud, combinada con su fervor religioso extremo y su enfoque militar, la hacía parecer desconectada de los valores y prioridades de la vida cotidiana.
Aunque muchos interpretaron su descuido físico y su falta de interés en las convenciones sociales como un defecto o una excentricidad, estos aspectos eran en realidad una manifestación de su compromiso absoluto con su misión. Para Juana, la apariencia, el bienestar personal y las normas sociales eran irrelevantes frente a la tarea que creía que Dios le había encomendado. Su dedicación total la convirtió en un símbolo de valentía y fe, pero también en una figura incomprendida y marginada en su tiempo.
Juana de Arco fue capturada en 1430 y entregada a los ingleses, quienes la sometieron a un juicio por herejía. Durante este proceso, su vestimenta masculina y su comportamiento fueron usados en su contra como pruebas de transgresión moral. Finalmente, fue condenada y quemada en la hoguera en 1431, a la edad de 19 años. A pesar de su trágico final, su legado como una mujer que desafió las normas de su tiempo permanece vivo, y en 1920 fue canonizada como santa por la Iglesia Católica. Su «descuido» físico, más que una debilidad, fue una expresión de su extraordinaria devoción y sacrificio.